lunes, 29 de octubre de 2007

La ayuda de los Amigos de Bel Avenir y la Penya Valencianista per la Solidaritat llega a Madagascar.

"¡Ah, españoles..! ¿van a trabajar a Tuléar con Bel Avenir " nos pregunta Momo en Ranohira, cuando todavía faltan 300 kilómetros para llegar a esta ciudad que baña el Canal de Mozambique en la costa oeste de Madagascar. Momo organiza los mejores trekking del Parque Nacional de l'Isalo, según reza la guía Lonely Planet, y está acostumbrado al goteo de turistas. «Muchos españoles pasan por aquí antes o después de haber estado en Bel Avenir», nos comenta conocedor de la labor que desarrolla esta ONG comandada por José Luis Guirao, un gaditano casado con una malgache que en los últimos cinco años ha conseguido aliviar la vida de miles de niños en Tuléar.
¿Qué hace un andaluz en esta isla de influencia francesa olvidada en el Trópico de Capricornio ? La entidad valenciana Amigos de Bel Avenir me resolvió la duda hace un par de años al invitar a José Luis para explicar cómo es la vida en esta ínsula, medio asiática y africana, de la vainilla, el clavo y las piedras preciosas: «Hace mucho con poco». Dicen que Madagascar es el país del mundo con mayor presencia de ONG. Algunos índices socioeconómicos son desalentadores. La esperanza de vida de los 19 millones de malgaches es de 56 años, y no es de extrañar si tenemos en cuenta que la mitad de ellos no tiene acceso a fuentes de agua potable, y únicamente el 34% usa instalaciones adecuadas de saneamiento, según apunta Unicef en su último informe del Estado mundial de la Infancia. Muchos cooperantes aseguran que la pobreza ha aumentado en los últimos años. Esto opina la hermana sor Isabel, una monja de Zaragoza que lleva 37 años en la isla. Pertenece a la orden de las Hermanas de la Caridad y a sus 60 años coopera con el Padre Pierre Opeka en la gestión de una escuela del barrio alto de Akamasoa en las afueras de la capital, Antanararivo. Este centro acoge cerca de 500 niños, que de otra forma deambularían por las calles o formarían parte del regimiento que gravita diariamente por el vertedero de Antananarivo. En dieciocho años, Akamasoa, proyecto de este padre argentino, ha conseguido gestionar varias canteras -que dan trabajo a quienes salen del basusero - y construir nuevos barrios con sus escuelas, centros sanitarios y de acogida. Sólo el pasado año atendió a 10.000 personas.
Sin embargo, la pobreza continua siendo aguda. Lo hemos comprobado en la ciudad, donde reside el 27% de los malgaches, y también en el campo. Las tres cuartas partes del país vive sin electricidad y descalzo. Huellas amplias de pies robustos en arena carmesí son seña de identidad como lo son las ravenalas, las vakonas y los lemures. Cientos de ellas se agolpaban a las puertas de la Escuela que gestiona Bel Avenir en Tuléar con apoyo de Amigos de Bel Avenir de España y Francia y de las embajadas de Estados Unidos y Francia. La entidad ha conseguido sacar de las salinas a 377 niños que ahora acuden a la escuela. Allí comen y a cambio los padres consienten que sus hijos estudien en vez de trabajar. Otros cientos de jóvenes disfrutan de las colonias de ocio en el albergue que la ONG ha abierto en Mangily, a 40 kilómetros de Tuléar, donde, además, la organización inaugurará el próximo verano un hotel de turismo solidario. Será en esta pequeña localidad de la costa occidental donde la Penya Valencianista per la Solidaritat cooperará con Bel Avenir en la construcción de un campo de fútbol en el Centro Educativo- Deportivo y Medioambiental de la ONG. 
Una de las batallas diarias a las que se enfrentan los cooperantes de la entidad - un centenar de franceses y españoles al año - es la del absentismo escolar, también de profesores. «El profesorado aun siendo funcionario trabajar también fuera de la escuela porque el estado les paga muy tarde. Así que una parte de la matrícula que aportan nuestros alumnos se destina a los profesores», comenta el coordinador de proyectos de Bel Avenir en Tuléar, el francés Xavier Metay.Esta isla nos sorprendió también cerca de la costa oriental. La aldea que da nombre al Parque Nacional de Andasibe, nos recibió un sábado luminoso. La algarabía nos condujo a un campo de fútbol donde los locales disputaban la final de un trofeo regional. El Andasibe vestía de naranja y negro, un equipo bien conformado, seminuevo que daba colorido a un campo roído por la humedad del índico. La indumentaria me era familiar. Nos acercamos. No había duda, camisetas «Toyota» y escudo del Valencia CF. La Penya Valencianista per la Solidaritat había equipado a los locales. 

 Nuria Tendeiro Parrilla, Antananarivo (Madagascar).